30/nov
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‘Así pasen veintitrés años…’ (IV)

La resaca de la EXPO’92 produjo cambios en el Festival de Itálica. Cambios de ubicación que no frenaron el afán programador de sus organizadores y que continuaron regalando muchos momentos inigualables. Así nos lo cuenta la pluma de Marta Carrasco en esta cuarta entrega de su personal repaso por el certamen. Puede leer el anterior capítulo aquí.

Adiós Itálica. Acabados los fastos del 92 se produjo en el Festival de Itálica una catársis que inició su gran crisis: abandonar la ciudad romana. Construido por las instituciones que respaldaban el Festival, entre ellas la propia Diputación, el Teatro de la Maestranza se convirtió en 1993 en el nuevo escenario de Itálica, rebajando así los costosos presupuestos de las instalaciones que habitualmente se venían realizando en el anfiteatro romano. Lo que nadie sabía era qué caro iba a costar esta decisión.

Fue un año extraño y aunque se situaba un ambigú en la rivera del río para generar ambiente, el Festival de Itálica perdía su patrimonio principal: el espacio. Sin embargo, artísticamente se hizo un gran esfuerzo para paliar esta pérdida y así actuaron en el teatro de la Maestranza, el Ballet Nacional de España, la Compañía Nacional de Danza, el Ballet la Ópera de Munich, el Ballet de Víctor Ullate y el Ballet del Teatro de Ginebra en una de las programaciones más clásicas del festival que se había iniciado con un gran homenaje al genial Marius Petipa.

Para 1994 el festival había perdido fuelle en cuanto a programación y duración pero ese año se quiso hacer algo especial, no en vano se conmemoraba el 2200 aniversario de la fundación de la ciudad romana de Itálica. El Festival seguía estando situado en el teatro maestrante. Había muchas dudas. A pesar de todo, artísticamente fue memorable. Nada menos que cuatro grandes maestros de la danza mundial se dieron cita en aquel 1994 en Sevilla, algo que nunca ha ocurrido en los anales dancísticos de este país. Coincidieron en el teatro de la Maestranza y hay documento gráfico de ello: Maurice Béjart, Jiri Kilyan, Víctor Ullate y Nacho Duato. Maestros los dos primeros de los dos últimos. Actuó el Ballet de Laussane, el Nederlands Dance Theather y el Ballet de la Ópera de Lyon. El festival para rendir honor a la fundación de Itálica se inauguró con una noche de la Danza dedicada a tradiciones greco-latinas. Fue además, una noche de recuperaciones históricas, como la obra Aubade de Serge Lifar y la cuidada reconstrucción de Diana y Acteón, original de Agripina Vaganova, hecha por Karemia Moreno para Tamara Rojo y Carlos López entonces en el Ballet de Víctor Ullate. El festival había vuelto a sobrevivir.

Itálica quería seguir siendo referente en la danza española y aún añorando su espacio, el director del certamen, a quien tanto se le debe, Juan Antonio Maesso, seguía apostando por hacer obras que formaran luego parte de la historia dancística. Así en 1995, aún en el teatro de la Maestranza, Maesso encargó una obra al maestro José Granero, coreografía que contó con la participación por única vez en la historia de bailarinas y bailaoras que hasta entonces jamás habían trabajado juntas. La obra se llamó Mujeres y el elenco era de estrellas: Cristina Hoyos, Lydia Azzopardi, la Ribot, Eva Leyva y Beatriz Martín. Hubo en esa edición de Itálica menos funciones, pero se celebraron varios ciclos de conferencias y seminarios.

Por las tablas maestrantes pasaron la compañía “Charleroi Danses Plan K”, “Danat Danza” y “Nikolais and Murray Dance Company”. Pero fue también ese año en el que se produjo la presentación en sociedad de los creadores andaluces bajo un ciclo que llevó por título “Los Novísimos”. Fernando Lima, Salud López y Octubre Danza, Lola Ortiz, Manuela Nogales y Pilar Pérez Calvete nos revelaron a los sevillanos que algo estaba ocurriendo en nuestra ciudad y que la creación estaba ahí. Otro descubrimiento que también conseguía Itálica.

 

Imagen: detalle del cartel oficial del Festival de Itálica 1993.

Continuará.

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