07/jul
Victoria Moriche
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François Chaignaud y Nino Laisné llevan su espectáculo de danza y ópera-ballet hasta el Teatro Romano de Itálica

En el estreno en España de ‘Romances inciertos, un autre Orlando’, confluyen músicas españolas de tradición oral y eruditas, inspiradas en danzas, poemas y antiguas epopeyas

Melodías nacionales de los siglos XVI y XVII, que desde entonces han sido continuamente interpretadas, modificadas y transformadas. Este es el eje central de la propuesta dancísticaRomances inciertos, un autre Orlando’, con la que los franceses François Chaignaud y Nino Laisné llegan hasta el Festival Internacional de Danza de Itálica, con funciones programadas para el jueves, 8 de julio, y el viernes 9, en el Teatro Romano de Itálica (Santiponce). Las entradas para la cita, que comenzará ambos días a las 22:30 horas, están disponibles haciendo click aquí, y, de quedar disponibles, podrán también adquirirse en la taquilla del espacio, los días de función, hasta fin de localidades.

Chaignaud y Laisné, unas biografías impecables

Para esta cita, una de las dos internacionales que el Festival de Danza de Itálica ha preparado para 2021 y pese a las dificultades que ha impuesto la pandemia del COVID-19, nos encontramos con François Chaignaud —diplomado en 2003 por el Conservatorio Nacional Superior de Danza de Parí— que ha colaborado con reconocidos coreógrafos a lo largo de su carrera. Chaignaud destaca por la creación de piezas y performances en las que se articulan danzas y canciones en los lugares más diversos, como punto de encuentro entre diferentes inspiraciones. Desde 2005 viene desarrollando diálogos artísticos con Cecilia Bengolea, habiendo dado así nacimiento a obras heteróclitas que han sido presentadas en escenarios de todo el mundo. En el marco de La Bâtie-Festival de Ginebra de 2017, Chaignaud realizó, en colaboración con el artista Nino Laisné, el montaje que ahora nos presentan en el Teatro Romano de Itálica, que fue estrenado en la 72ª edición del Festival de Aviñón.

Con Nino Laisné, diplomado en 2009 por la Escuela Superior de Bellas Artes de Burdeos, estamos ante todo un estudioso de las músicas tradicionales suramericanas, junto al guitarrista Miguel Garau. Sus proyectos musicales, para montajes e incluso películas, le han llevado a trabajar en numerosos países como Portugal, Alemania, Suiza, Egipto, China o Argentina. Es invitado con regularidad a desarrollar nuevas obras durante residencias de artistas, como la Casa de Velázquez, la Académie de France en Madrid, o el Park in Progress en Chipre. Además, Nino Laisné también ha colaborado con numerosos artistas, como el coreógrafo y bailaor Israel Galván, o el marionetista Renaud Herbin.

Romances Inciertos, la profunda investigación de una tradición popular

Con ‘Romances Inciertos, un autre Orlando’ nos encontramos, a la vez, con un concierto y un recital, articulado en tres actos, como reminiscencia de la antigua ópera-ballet. En el espectáculo, aparecen sucesivamente figuras como la de la Doncella Guerrera, que guía el mismo, dentro de un contexto medieval, tras el rastro de una joven que se alista en el ejército bajo la apariencia de un hombre, presentándose como San Miguel del poema de Federico García Lorca, un arcángel voluptuoso y objeto de devoción, ‘tan engalanado como doliente’. Finalmente, nos encontramos con la Tarara, una gitana andaluza que, debido a un desafortunado amor, oscila entre el misticismo y la seducción, escondiendo una secreta androginia.

En términos fluviales, ‘Romances inciertos’ se presenta como un estuario o un delta, como una zona difícil de situar en el mapa, pues se encuentra en la confluencia entre las músicas españolas de tradición a la vez oral y erudita, inspiradas en danzas, poemas y pequeñas epopeyas en las que las heroínas juegan roles que a priori no les corresponden. La historia de estos personajes, envueltas entre continuas metamorfosis, tercas actitudes y pasionales indecisiones, se refleja en el propio destino de las melodías que, a cada personaje, durante el montaje, les son atribuidas.

Vemos en este trabajo conjunto, con la coreografía de Chaignaud y la puesta en escena y dirección musical de Laisné, dos trayectorias que confluyen sobre el escenario: el resurgir de los personajes, y la mutación infinita que a lo largo de los siglos ha sufrido la música, para mostrarnos la existencia del mestizaje musical. La mayor parte de las melodías que podrán escucharse en el Teatro Romano de Itálica, aparecieron en España en los siglos XVI y XVII, y, desde entonces, han sido continuamente interpretadas, modificadas y transformadas. Igual ocurre con las historias y poemas usados para el espectáculo, pues cada cultura y época se han reapropiado de estos, actualizando una y otra vez las aventuras de sus heroínas. Es así como ciertas melodías incluidas en el montaje proceden del arte del romance, del canto sefardí y de la jota, fueron introducidas en la música barroca, el flamenco andaluz o incluso los cabarets travestis de la Movida. Los versos de las propias coplas se han multiplicado y, a la sombra de las versiones más conocidas, los archivos conservan el rastro de estrofas lujuriosas, que reescriben el destino marginal de sus personajes.

En ‘Romances inciertos’, los cuatro solistas suman sus trayectorias, para adaptar melodías escritas originalmente para otros instrumentos, a través de conocidos timbres a priori incompatibles: el bandoneón se reinventa como clavecín, la viola de gamba resuena como las dolorosas zambras, las percusiones irrumpen en la música sacra y aparecen en la tiorba reminiscencias barrocas de marchas sevillanas.

La escena de este montaje dancístico y operístico, construye un paisaje alrededor de los cinco intérpretes, a través del canto y la danza de François Chaignaud, la interpretación del bandoneón por Jean-Baptiste Henry, la viola da gamba de Robin Pharo, la tiorba y guitarra barroca de Daniel Zapico, y las percusiones históricas y tradicionales de Pere Olivé. Gracias al trabajo de todos ellos, la danza irrumpe y altera, y se hermana con la música y la emula, mostrando una brecha entre las danzas “tradicionales” y sus versiones académicas. Nos encontramos aquí ante un “delta impuro”, sobre el que parece la silueta del Orlando de Virginia Woolf, que no se nos muestra como un joven lord de la Corte inglesa, sino que aquí consagra su vida a la escritura de un único poema influenciado por las épocas que atraviesa, haciéndose eco de las infinitas mutaciones de las artes y las sociedades que transita.

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