18/oct
diputacion
Published in post

‘Así que pasen veintitrés años…’ (I) el viaje sentimental e histórico por el Festival de Itálica de Marta Carrasco

Recuperamos de forma seriada el texto que la periodista y crítica de danza Marta Carrasco hizo en nuestra edición de 2011. Fue éste un año clave para la historia del Festival de Itálica, en el que el Teatro Romano se erigió como escenario principal tras su rehabilitación. La de Carrasco es una voz autorizada que rememora con rigurosa emoción y desde sus comienzos una historia que nos pertenece a todos,  cargada de compañías y nombres propios que en la distancia de los años provocan cierto vértigo por su importancia en el mundo de la danza en el que fue un certamen único y pionero en España. 

Éramos jóvenes y en proceso de aprendizaje en casi todo, o mejor dicho en todo. Ellos también lo eran. En aquella fecha los políticos eran distintos y tenían una fuerza vital porque sabían que estaban creando un nuevo país. Se fiaban de quienes conocían la cultura y hacían caso de quienes les contaban que ese o aquel artista era bueno, muy bueno, y que era necesario traerlo a esta ciudad. No tenían miedo de la cultura, tampoco lo tenían de la aventura. Éramos jóvenes, todos más jóvenes, sólo así se explica cómo y de qué manera surgió con tanta fuerza e ímpetu un festival de danza que trajo a España, a Sevilla, lo mejor de la danza mundial, mientras el resto del país y parte de Europa miraba con ilógica sorpresa a esos “locos” que se habían puesto el mundo por montera y apostaban por la danza como si fuera, que lo es, lo mejor del universo. Hacer cultura era una obligación, una necesidad. En la Diputación de Sevilla un insigne poeta, Luis Cernuda, le había dado el nombre a la Fundación que se encargaría, durante años, de crear un sustrato cultural en la ciudad de Sevilla y su provincia cuyo latido aún perdura.

Desde aquella Diputación se había mirado con mucho afán y algo de envidia a nuestros vecinos de Extremadura: Mérida y su festival. Ellos tienen Teatro Romano. Nosotros tenemos Itálica, pensaron. Y ocurrió. ¿Quien dijo la frase mágica, de por qué no hacemos un festival en la ciudad romana de Itálica? Para la historia queda, pero sí hay que señalar que el presidente de la Diputación de Sevilla era Manuel del Valle y la diputada de Cultura, Amparo Rubiales. En aquel entonces la Diputación gestionaba Itálica y por primera vez, al firmar el convenio con el Ministerio de Cultura, se usó el nombre de “conjunto arqueológico” y se creó el Patronato de Itálica. Haciendo el festival en la ciudad romana la institución cumplía dos objetivos: uno, situarlo en la provincia, el otro poner a Itálica en el lugar de privilegio que merecía por su riqueza monumental hasta entonces poco difundida incluso en la misma Sevilla.

Así, y sin casi ser conscientes de estar haciendo historia, surgió el Festival de Itálica. Primero lo hizo inmerso en una propuesta cultural en la que tenían cabida desde teatro clásico a la orquesta Sinfónica de Moscú. Pero no cualquier teatro, nada menos que José Luis Gómez interpretando Edipo Rey con Enrique Morente, ¡añorado Enrique! en el elenco. Corría el año 1981.

Poco a poco aquellos “locos culturetas” de la Fundación Luis Cernuda de la Diputación de Sevilla, entonces con Miguel Ángel Pino como presidente, nos fueron educando en las artes escénicas a una generación de jóvenes ávidos por aprender quien era Alvin Nikolais o Mathile Monier, al mismo tiempo que contemplar a la casi inalcanzable Nuria Espert haciendo Salomé.

El Festival de Itálica se convertía poco a poco en una de las iniciativas culturales andaluzas y nacionales más importantes de la incipiente democracia. Estábamos en los años 80 y los maridajes eran fáciles de conseguir. Nadie ponía reparos a asomarse a nuevos retos y aunque al principio el escenario fue compartido por la música, la danza, el teatro y el flamenco ello no era óbice para que se produjeran encuentros maravillosos y así, en una misma edición, la de 1984, Las troyanas de Eurípides compartieron escenario con un torero muy sevillano de la mano de un catalán, Belmonte y Cesc Gelabert, rindiéndose ambos ante la majestuosidad escénica de Vittorio Gassman. Itálica era un sueño.

Adriano y Trajano, sus fantasmas, compartían noche en Itálica con cientos, miles de espectadores que empezaron a ver cómo paseaban sus mitos entre las ruinas. Concédanme su compañía y por un momento, hagamos del ritual del paseo un ejercicio de historia y pasión por el festival. Confieso haber sido una privilegiada y nunca tendré manos para aplaudir que se me haya concedido la dicha de conocer y casi tocar a algunos de los que entonces eran ya mis mitos o aquellos que se convirtieron en ello y que jalonaron así la historia sentimental de quienes ya amábamos la cultura y la danza y aún aprendimos a amarla mucho más.

Pero, vengan conmigo. Quiero llevarles de la mano por esta especie de recorrido iniciático por el Festival de Itálica en el que se pueden contemplar episodios como en 1986 el genio español de la danza Antonio Gades coincidió con el otro genio norteamericano, Paul Taylor. Flamenco y danza española y la “modern dance” americana; o 1987 que fue por cierto el último año en el que la danza no fue la única protagonista. En aquella edición Mario Maya y el Teatro de Venecia compartieron escenario con el Ballet de la Ópera de Viena y el Ballet Nuevo Mundo de Caracas.

Continuará.

Foto: Representación de ‘Medea’ en el Anfiteatro de Itálica en 1983. Servicio de Archivos y Publicaciones de la Diputación de Sevilla.

Comments are closed.